LA CARRERA

Egocéntrico, el hombre elegante comenzó a correr con paso ligero y una sonrisa dibujada en la cara. El motivo de la andadura era una profunda depresión, de la que, al no poder salir, huía.

Sin embargo, al ser preguntado por el motivo de su carrera mintió. Decía que era una adaptación necesaria, el camino hacia un lugar lejano que no podía revelar.

Aquella elegancia y esa mentira encandilaron al primer acompañante que zancó paso a paso a su lado. Al principio, el hombre crédulo y el elegante tuvieron poca aceptación, pero tanta ilusión hizo que ganasen adeptos. A la carrera se fueron sumando los inconformistas, los parados, los que no pueden estar solos, los que quieren estar donde están todos...

En la carrera el hombre elegante generó todo un discurso. Primero fueron cientos, luego miles de personas corriendo a su ritmo, en la misma dirección. Aquella mentira, repetida mil veces se tornaba en verdad.

El curioso hecho corría más rápido que los hombres. En pocos días surgieron grupos que trotaban sin parar, convirtiéndose el trote en el único camino para muchas personas que dejaban atrás su antigua vida.


Grupos de todo el mundo corrían incesantes sin saber bien a dónde. Para muchos, correr se convirtió en una forma de vivir, una forma de huir.


Pasadas dos semanas, exhaustos, algunos corredores se planteaban dejarlo, pero estaban ya clasificados, etiquetados. El mundo se dividía entre los que corrían y los que no lo hacían. Otros corredores, lejos de querer dejarlo, no querían pensar en hacer otra cosa, quedaron sin ilusión por llegar al destino, la carrera en sí se había convertido en su lugar, el objetivo era el camino. El resto, en cambio, ansiaban conocer ese final que el hombre elegante se negaba a revelar, querían llegar, fuese donde fuese y costase lo que costase, el objetivo era la meta.

El hombre elegante, debido a la aceptación recibida cambió la profunda depresión por una profunda presión, y dudaba entre vivir en la carrera, y alargar la incógnita del camino hacia ninguna parte hasta que las fuerzas le doblasen las rodillas, o llevar a los débiles de mente, a los influenciables, a su primer destino, el suicidio.


Tuvo tiempo para pensar, descubriendo que durante la carrera la mente se transforma viajando a un mundo interior, un mundo paralelo.

Con pasos de fondo reflexionó sobre el poder que había adquirido y sobre cómo acabar esta historia. Por una parte se dijo que podía, como si de una historia bíblica se tratase, hacer el papel de Dios y guiar a todos aquellos que habían perdido la motivación de sus propias vidas, para seguir sus pensamientos y acciones. También pensó en limpiar el mundo de influenciables y llevarles hacia el fondo de un acantilado. Descartó ambas ideas, creía que cada cual debe de forjar su final, y quería dar ejemplo.

En vez de huir del problema, fue a por él. Convocó como si de un punto y aparte se tratara, una parada general. Los medios de comunicación hicieron que la parada fuese una retransmisión de expectación mundial, en aquel día de invierno aquí y de verano allá se pronunció en público a modo de gurú.

Con tono tranquilo y sosegado dijo:

Empecé mi carrera para huir, huir hasta de mí mismo, huir hacia el suicidio. Me habeis salvado la vida y puesto que pienso que ya os he aportado lo suficiente, voy a comenzar de nuevo la vida, en el mismo lugar donde mis piernas y mi mente me dijeron que parase.

Los acompañantes, viendo el vacío que estaba creando en sus vidas pedían a voces consejo. Un hombre exasperado preguntaba porqué. El hombre elegante dijo:

Creo haber aprendido que tu vida es tuya, y recibes demasiadas influencias que deberías dejar pasar, no me gusta dar consejos, aunque después de reflexionar estos días en la carrera, mi objetivo ha sido desvincularte.


Acto seguido bajó la cabeza, ando hasta un manzano cercano y ajeno a la situación creada comenzó a comer sin pronunciar más palabra.

A raíz de esto muchos inventaron pueblos y comunidades en el lugar donde se había producido la parada, ya fuese en medio del bosque o en un barrio de ciudad. Estos corredores reinventaron su vida de cero.

Pronto salieron otros que siguieron la tendencia maratoniana, y corrieron y corrieron en busca de adeptos a los que guiar hacia sus propias creencias o intereses.

Ante la falta de guía, y tras las palabras escuchadas, muchos cayeron en un estado de agonía vital, y sólo consiguieron desvincularse con su propia muerte.