Quedan 50 minutos para mi 30 cumpleaños

Pues eso, son las 23:10 de un día cualquiera de 2013 y me quedan 50 minutos para tener 30 años, una cifra cumpleañera de las que te tienen que hacer pensar.
Y aquí estoy yo haciendo los deberes, reflexionando un poquito, dejando las cosas para última hora. Me gusta, esa adrenalina que imprime el reloj en mi mente, un veneno que alimenta a la culebra que llevo dentro.
Estoy en casa de mis padres, encerrado en mi cuarto.
He dejado a mi madre frente al ordenador haciendo los deberes del curso de universidad para mayores al que se ha apuntado para obtener esa adrenalina que le aportaba el trabajo antes de que la echaran.
He dejado a mi padre en el sillón, despistando la atención de sus inseparables compañeros: el tabaco, la cerveza, y la televisión, para centrarla en su móvil. Creo que se trae algo entre manos: voltea el teléfono si te acercas a él, madruga para ponerse en el ordenador y limpia el historial de navegación todos los días. De lo que tenga entre manos saca la adrenalina que, antes de que le despidieran, le ofrecía su trabajo. Los viejos de su curro le llamaban pajarito, y un poco pájaro sí es.
Quedan 37 minutos para mi 30 cumpleaños y me voy por las ramas, todavía no he dicho que estoy en casa de mis padres porque lo he dejado con mi novia, ni que estoy de baja porque en unos días me van a operar de la rodilla, un poquito de contexto para seguir contando lo que ronda en mi cabeza y me impide reflexionar como cumplir 30 lo merece.
La adrenalina de mi escritura se ha gestado en mi única salida de casa del día, un paseíto por el barrio con mi colega Charly, y su perro, Hacku. Con el frío que hacía hemos ido a ver al Moha, y hemos pasado un buen rato contando batallitas. El Charly, más que adrenalina en la sangre tiene sangre en la adrenalina, creo que si te inyectan una transfusión de su sangre es como si te pusieras de cocaína.
Quedan 28 minutos, menos de media hora para poner en orden mi pasado, para pensar en el futuro, y no paro de regocijarme en el presente.
El pasado: un chico que crece feliz, estudia varias cosas en la universidad, se echa una novia y se va a vivir con ella, y le gusta la adrenalina, pero no le vale la adrenalina que embriaga a su madre, ni a su padre, ni a Charly.
El futuro: montar una empresa de libros con 4 chicas más, una editorial en el horizonte, y más preguntas que respuestas: ¿solo o acompañado?, ¿aquí, o buscar un impacto cultural que me haga despertar?, y hablando de despertar, ¿vivir soñando, soñar con algo o tomar pastillas para no soñar?
19 minutos, agobio. Dice una amiga que cada cigarro que nos fumamos corresponde a un micromomento de frustración. Voy a parar de escribir, y a echarme mi último cigarro. Algún porrito me fumaré pero, ¿no me volveré a fumar un piti nunca más?
Quedan 10 minutos, la canción que suena ahora en mi teléfono me taladra, es el momento de las reflexiones profundas para equilibrar el escrito, para que la balanza ponga sus platillos en la línea del horizonte. Es el momento de acabar de tejer el capullo de oruga que soy, de acabar de envolverme y evolucionar. Tengo corazón de mariposa. Es el momento de pasar de canción, de ser valiente, de quitarme la sudadera para seguir escribiendo, quedan 5 minutos.
Es el momento de dibujar una sonrisa, de fijarme en mi respiración, de mirar a los ojos.
Es el momento de estar orgulloso de lo que tengo, de pensar que el tiempo no para y que soy yo el que construye los ciclos en esta actuación.
Me pongo el traje de superYOmismo, 10 segundos, adrenalina, comienza la función.