LA MUJER QUE PERDIÓ EL TIEMPO

El día en que ella perdió el reloj se le vino el mundo encima.
Los días, las tardes, las lunas sucedían sin pausa. No podía controlar el tiempo. Se le escapaba.
Con una sensación de angustia se atrevió a vivir cada segundo como si fuese el último.
Y la angustia desapareció, como también lo hizo la marca del reloj en su muñeca.

CERDOS

Imagínense un pueblo cualquiera. Pues allí, llegó un animal y decidió quedarse. Los habitantes decían que nunca había ocurrido nada así, y con reticencias aceptaron compartir su pueblo, el mejor de la comarca. Le llamaron Oing.

Entre todos pensaron que sería buena idea que estuviese allí, siempre y cuando se le sacase una utilidad. Decidieron darle de comer conjuntamente.

Ocurrió que nuevos animales llegaron al pueblo en un número que consideraron aceptable. Decidieron compartir sus tierras, ya que había comida abundante. Más tarde, el número de animales produjo competencia y les comenzaron a llamar cerdos.

Los autóctonos decidieron poner remedio a la situación, pues aunque había comida para todos, la convivencia hacía que algunos pueblerinos tuviesen que comer hierba, antes dedicada en exclusiva para los otros. La mayoría proponían matar a los cerdos, algunos expulsarles de allí, otros ubicarles en las casas abandonadas de las afueras, pocos decían que fueran como uno más en el pueblo, con sus mismos derechos, cuando el más anciano, recordando la historia de su pueblo, convocó una reunión.

Les informó de que él llegó de joven a la tierra que todos pisaban y ocurrió algo parecido a lo que ahora acontecía. Cuando llegó fue aceptado porque sabían que aquello que tejía le sería de utilidad al pueblo. Más tarde llegó su familia, quisieron echarles y prohibir la venta de sus productos.

Con el tiempo no sólo consiguieron tener los mismos derechos que los del pueblo, sino que se les permitió continuar con la actividad que de otro pueblo traían. El tejido, ahora, era la principal actividad.

Al venir estos hombres, dijo, no se nos ocurre otra cosa que mirarnos el ombligo y les tratamos como si fueran un trapo de los que fabricamos, algo que se vende, se usa y se tira, o con lo que sacar dinero, es por eso que les hemos puesto el nombre de cerdos y les tratamos como tales. De la misma manera y hace tiempo, cuando llegué al pueblo, me llamaron ilegal.