TODO SE TRANSFORMA

Suspendida, flotando en el aire, fui uva. Destacando en el fluido, estrella brillante. Pegada a la rama. Pequeña, roja, vacilante.

Con el sol, brillaba. Si cantaba un pájaro, en música me transformaba. Con la lluvia, goteaba. Si soplaba viento, este, me traspasaba.

Me descubrí uva radiante. De la vid fui sus ojos, nariz, orejas. Enganchada a la rama, camino de alguna parte.


Dulce, llena de fuerza, con mis semillas. Cerca, amontonadas, otras uvitas. Así, como gotas colmadas, luchando por mantenerse, agarradas.

Al cortar mi racimo me sentí ligera, sin ser consciente de donde venía, ilusa, sin ser consciente de lo que ocurría. Al instante, una cesta de mimbre me recogía.

Lo que un día fui, ya se transformaba. Con mimo, paciencia. La trituradora me dijo que no somos fruto, ni semilla, solo esencia.


Y en el fluir de ser zumo, que a las formas se presta, me encerraron en un lugar y me dijeron: piensa, piensa, piensa.

Ya no era uva, ni zumo, ni racimo. La misma esencia, pero transformada, vino.

Para seguir aprendiendo, me reunieron con los viejos, y una barrica de roble me enseñó buenos consejos.


Entre sus vetas curtidas, comprendí que hasta ya muerto, las buenas influencias, perduran en el tiempo.

Aprendí, superé al maestro. Y cuando estuve añejo, la botella de cristal, fue mis ojos y mi espejo.

Líquido, sabio, preparado, empecé de nuevo el camino. Y cuando estaba pensando en mi cercana agonía, cuatro ojos me eligieron, y me hicieron compañía.


Bajo una sombra de parra, mi esencia volvió a fluir, y abrazándome en dos copas dije: Final, ¿estás ya aquí?


Mientras me fueron bebiendo, me liberaron del peso, y en unos labios morados, morí vino y nací beso.