EL ÁRBOL Y LA CASA

Nacieron juntos, cada uno era de una especie y no se entendían.
La casa fué creciendo ladrillo a ladrillo, el árbol lo hizo ramita a ramita.
Llegaron a su plenitud ayudados por el hombre, a la casa le salieron tejas y al árbol le salieron frutos.
En la soledad de su inmovilidad se sintieron atraidos el uno por el otro y tomaron la decisión de ser pareja, el árbol daba sombra y abrigo con sus hojas, la casa resguardaba del viento y enseñaba su interior cuando abría las ventanas.
Ya crecidos, quisieron ser independientes del hombre. Sólo necesitaban el apoyo de su compañero. Quisieron reproducirse y para ello el árbol alargó sus raíces hasta tocar el interior de la casa, la casa se levantaba unos centímetros y, de tanto placer dejaba chorrear agua de sus tuberías.
Ambos sentían crecer en la misma dirección.
Los humanos, creyéndose dueños de la casa y del árbol se sintieron celosos de este amor y creyeron conveniente separarles. Transplantaron al árbol.
Este se puso triste, sus hojas empezaron a ceder en su lucha contra la gravedad, el viento azotaba su costado y el dejar de sentir el fluido líquido de la casa, secó su interior.
La casa se sintió vacía por dentro, sus cimientos comenzaron a ceder y las grietas fueron dibujando su contorno como las arrugas perfilan la vejez.
Murieron juntos