Mi visión del Visual Thinking


 


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LOS PAPALAGUI


Un jefe samoano vino a Europa hace un siglo y flipó con los hombres blancos: los Papalagui.

Al volver a su isla transmitió a su pueblo cómo vivían esos infelices de occidentales. De sus discursos salió este libro, y de este libro estas frases e ilustraciones:

Los Papalagi son pobres porque persiguen las cosas como locos. Sin cosas no pueden vivir. Cuando han hecho del caparazón de una tortuga un objeto para arreglar su cabello, hacen un pellejo para esa herramienta, y para el pellejo hacen una caja, y para la caja, una caja más grande. Todo lo envuelven en pellejos y cajas.
En cada choza hay tantos objetos que los caballeros blancos emplean muchas personas sólo para ponerlos en el sitio que les corresponde y para limpiarles la arena.
Los Papalagi turban de todos los modos posibles sus mentes y enloquecen pensando que el hombre no puede vivir sin cosas, como no puede vivir sin comida.
Cuantas más cosas necesitas, mejor europeo eres. Por esto las manos de los Papalagi nunca están quietas, siempre hacen cosas. Ésta es la razón por la que los rostros de la gente blanca parecen a menudo cansados y tristes y la causa de que pocos de ellos puedan hallar un momento para mirar las cosas del Gran Espíritu o jugar en la plaza del pueblo, componer canciones felices o danzar en la luz de una fiesta y obtener placer de sus cuerpos saludables, como es posible para todos nosotros.

Atrapado por la junta de las baldosas

Despacio, en aquel lugar sin nombre, el hombre innombrable vivía.
Violento, en la Gran Vía, Gerome huía de puntillas de la ciudadanía.
Deprisa, allí mismo, amaba, sentía, escribía.

Microbios, putas, dudas, risas y mentiras.

Quedan 50 minutos para mi 30 cumpleaños

Pues eso, son las 23:10 de un día cualquiera de 2013 y me quedan 50 minutos para tener 30 años, una cifra cumpleañera de las que te tienen que hacer pensar.
Y aquí estoy yo haciendo los deberes, reflexionando un poquito, dejando las cosas para última hora. Me gusta, esa adrenalina que imprime el reloj en mi mente, un veneno que alimenta a la culebra que llevo dentro.
Estoy en casa de mis padres, encerrado en mi cuarto.
He dejado a mi madre frente al ordenador haciendo los deberes del curso de universidad para mayores al que se ha apuntado para obtener esa adrenalina que le aportaba el trabajo antes de que la echaran.
He dejado a mi padre en el sillón, despistando la atención de sus inseparables compañeros: el tabaco, la cerveza, y la televisión, para centrarla en su móvil. Creo que se trae algo entre manos: voltea el teléfono si te acercas a él, madruga para ponerse en el ordenador y limpia el historial de navegación todos los días. De lo que tenga entre manos saca la adrenalina que, antes de que le despidieran, le ofrecía su trabajo. Los viejos de su curro le llamaban pajarito, y un poco pájaro sí es.
Quedan 37 minutos para mi 30 cumpleaños y me voy por las ramas, todavía no he dicho que estoy en casa de mis padres porque lo he dejado con mi novia, ni que estoy de baja porque en unos días me van a operar de la rodilla, un poquito de contexto para seguir contando lo que ronda en mi cabeza y me impide reflexionar como cumplir 30 lo merece.
La adrenalina de mi escritura se ha gestado en mi única salida de casa del día, un paseíto por el barrio con mi colega Charly, y su perro, Hacku. Con el frío que hacía hemos ido a ver al Moha, y hemos pasado un buen rato contando batallitas. El Charly, más que adrenalina en la sangre tiene sangre en la adrenalina, creo que si te inyectan una transfusión de su sangre es como si te pusieras de cocaína.
Quedan 28 minutos, menos de media hora para poner en orden mi pasado, para pensar en el futuro, y no paro de regocijarme en el presente.
El pasado: un chico que crece feliz, estudia varias cosas en la universidad, se echa una novia y se va a vivir con ella, y le gusta la adrenalina, pero no le vale la adrenalina que embriaga a su madre, ni a su padre, ni a Charly.
El futuro: montar una empresa de libros con 4 chicas más, una editorial en el horizonte, y más preguntas que respuestas: ¿solo o acompañado?, ¿aquí, o buscar un impacto cultural que me haga despertar?, y hablando de despertar, ¿vivir soñando, soñar con algo o tomar pastillas para no soñar?
19 minutos, agobio. Dice una amiga que cada cigarro que nos fumamos corresponde a un micromomento de frustración. Voy a parar de escribir, y a echarme mi último cigarro. Algún porrito me fumaré pero, ¿no me volveré a fumar un piti nunca más?
Quedan 10 minutos, la canción que suena ahora en mi teléfono me taladra, es el momento de las reflexiones profundas para equilibrar el escrito, para que la balanza ponga sus platillos en la línea del horizonte. Es el momento de acabar de tejer el capullo de oruga que soy, de acabar de envolverme y evolucionar. Tengo corazón de mariposa. Es el momento de pasar de canción, de ser valiente, de quitarme la sudadera para seguir escribiendo, quedan 5 minutos.
Es el momento de dibujar una sonrisa, de fijarme en mi respiración, de mirar a los ojos.
Es el momento de estar orgulloso de lo que tengo, de pensar que el tiempo no para y que soy yo el que construye los ciclos en esta actuación.
Me pongo el traje de superYOmismo, 10 segundos, adrenalina, comienza la función.

Plastiñecos












Tiempo:

abstracción que sirve para ver la representación de uno mismo en el cine del pasado y para proyectar nuestro guión en el cine del futuro.

Letras somníferas

Lejos de dejarme llevar por lo que traiga el camino,

me siento noctámbulo, atado a un jodido destino.

-

Oigo el eco del pensamiento del podrido,

de aquél que piensa que a todo está sometido,

de ése que sólo puede ver marionetas sin hilo.

-

Exhausto, confuso y apenas sin ritmo,

desgasto mis letras: ¿te ves en el mundo?

No quiero ser nadie y a su vez me indigno.

Hacer algo grande: ¿ser desconocido?

-

Morir en el tiempo.

Dejar huella, un rastro perenne.

Vivir en lo eterno.

Escribir tópicos, la mierda de siempre.

-

Pienso que este rato no sirve de nada,

pero con ojos abiertos y mente despejada,

la niebla me trae sueños en cascada.

Hay días y días

Hay días que te levantas activo,

Pones tus pies en la calle,

Y música en tus oídos.

-

Hay días que te levantas amargo,

Y como antídoto tomas,

Un café y un cigarro.

-

Hay días que te descubres un muermo,

Y pasadas ya tres horas,

No has hecho na' de provecho.

-

Hay días que te levantas contento,

Haces el amor un rato,

Y te envuelves en el sueño.

-

Hay días que te levantas deprisa,

El puto despertador,

Cuando hace falta no avisa.

-

Hay días que desde el sueño,

Miras de cara a la vida,

Y la enfrentas con empeño.

-

Hay días que te levantas creativo,

Y escribes cuentos o versos,

A pesar de ser mendigo.


EL NIÑO Y LA CEBRA

Un niño se paró en un semáforo de su barrio y pulsó el botón de peatón.


El semáforo se puso verde para los peatones, pero él prefirió permanecer ahí. Y una vez se tornó rojo, volvió a pulsar. Y así durante horas.


Los conductores desesperaban al ver que el crío no cruzaba la calle. Pensaban que lo hacía por diversión pero lo que pretendía era bajar las pulsaciones a esta sociedad convulsa.

AQUEJAMIENTO

El quejicoso quejica se quejaba de que las quejas ajenas eran un quejío sin sentío.

PICANTE EXTRAVAGANCIA

Vivimos en un mar de letras,
Petrarca tiene las Iliadas dispuestas.

un agujero verde en un halo blanco,
con manzanas podridas en el beso prohibido.

Rubio, sedoso, al viento,
círculo de potencia en arduo amanecer.

Esto es un trazo lastimoso,
con sudores espesos y picante extravagancia.

TRAGO SOBRE TRAZO

Luminiscencia vaporosa, horizontes cercanos;
ver cómo salpica el chorro a plena luz del día.

Caras en la arena, pinturas en la roca,
como voces sombrías por el desierto.

El arbusto ardiente en el oasis escondido,
entre la textura que me envuelve.

Mares que se dividen y muestran el camino,
por cierto tio, pa tu culo mi pepino.

UN ESCRITOR ATAREADO

Un hombre vivía tan atareado que un día se olvidó de respirar. Ese día murió.

ENCARGO DE UN TEXTO

Buenos días, I.
Soy E y con estas letras quiero cumplir con el encargo recibido en la entrevista personal que mantuvimos. Un encargo un tanto difuso, unas letras para darme a conocer, un escrito que no hablase de nada en concreto y que a su vez reflejase mis aptitudes como escritor, o como editor, o como persona.
Este texto parte de mi inventiva y pasa por mis dedos para acabar reflejado en la pantalla del ordenador. Frases que deambularán por la nube de internet a la espera de ser leídas, rescatadas, tomadas como si de mercancía se tratase para ser posteriormente manufacturadas. Materia prima para otro editor, destinatario. He escrito un
microcuento.

El chico que escribe lento por culpa del diccionario había recibido el encargo, aparentemente sencillo, de escribir dos o tres párrafos. Un texto que hablase sobre sí mismo, un conjunto de letras que sin hablar de nada en concreto tuviesen la capacidad de transmitir tanto, que leerlo fuese como observar el retrato de su autor.
La mujer que germinó la idea de este texto esperaba impaciente. Restauraba textos, viendo en cada letra un dibujo y en cada página un cuadro, excavando en su e-mail en busca de yacimientos. Con ojos horizontales y algo llamado criterio, leía, leía y leía, y al leer cada texto, entraba en el escritor y veía en sus pensamientos.

El chico que teme escaparse por las letras se imagina contando tremendas historias, y mientras piensa y no avanza nota que el tiempo no pasa de página y la tecla atrás ahora es la que manda. Pensó en pasar bola y decirle a ella algo postmoderno: ¿qué te parece si acabas tú el cuento?

Ya desesperada, y en el mismo momento, ella va y le escribe, deteniendo el cuento:

Querido E,

Da igual lo que escribas, pero escribe algo. Lo importante es esto.

Un saludo.

La chica del final del cuento.

CRISTALES OLVIDADOS DEBAJO DEL SILLÓN

Los cristales de un plato roto tiemblan debajo del sillón. Sentada en el sillón, Juani tiembla debajo del tejado de hojalata. Asfixiada de calor, la hojalata tiembla bajo el sol. Está llegando el tren.

El ruido del tren tapa los sonidos del poblado de chabolas. En ese instante en el que todo tiembla, en el que el ruido ocupa la mente, se escuchan dos disparos que sólo perciben los que allí viven. Juani besa su medalla y sólo espera que aquel ajuste de cuentas no se haya llevado a uno de los suyos. Al poco, el tren marcha y deja al poblado encerrado en las vibraciones, sintiendo la llegada del silencio de una manera especial, que impide moverse, impide llorar, impide hablar.

Ya en silencio, cuando no se escucha el tren, en el momento en el que todos olvidan y siguen hacia delante, Juani no puede moverse del sillón y echa la vista atrás preguntándose por qué. ¿Por qué vino aquí?, ¿Por qué se quedó?, ¿Por qué no puede moverse, ni hablar, ni llorar?

Pensando por qué vino se descubre viajando a su juventud, sintiéndose incomprendida, luchando por sus ideales, tratando de encontrar su lado revolucionario, contracultural, creativo. Se ve utilizando la droga como válvula de escape, tratando de viajar hacia otro mundo, buscándose a sí misma; y de repente se visiona allí, en un puente cercano a su poblado volando con la imaginación, aparcada al lado de una jeringuilla, sintiéndose libre, despreocupada, identificada con los que le rodean, con los que junto a ella viven, sienten y piensan de forma similar, de forma diferente.

Entiende por qué se quedó cuando se observa a sí misma incapaz de regresar al otro mundo, ese otro mundo que le hizo sentirse desplazada, extraterrestre, ese mundo que existe fuera del poblado. Se observa enamorada, adaptada a esa nueva vida. Se recuerda casándose con Manolo, levantando con sus manos su propia chabola, teniendo hijos, primero Juan, luego Esteban, después Rosa.

Comprende el dolor, ve mucho dinero pasando por sus manos, a la heroína matando tantos amigos, se observa dedicándose al negocio, ojerosa. Escucha el sonido de un nuevo tren que se acerca y una neblina aparece en sus pensamientos; aparecen los recuerdos de los primeros enfados, del primer tortazo, de ese plato estampado en la pared quejándose de la comida.

De nuevo, tiemblan los cristales bajo su sillón, tiembla ella bajo la hojalata, la hojalata bajo el sol, y el ruido del tren le trae la visión turbia de su cara hinchada, su espalda morada, de esa esquina en la que, doblada sobre sí misma, sentía los golpes de Manolo, los insultos de Manolo, ahogados por el ruido del tren.

El tren vuelve a marchar, pero Juani sigue sin poder moverse, ni hablar, ni llorar. Y piensa que su vida era suya hasta que pusieron el tren, ese tren que los políticos esperaban que acabase con la droga, como si la comunicación pudiese llevarse por sí sola los problemas. Ese tren que trajo tantos clientes, tanto dinero, tanto ruido. Ese tren en el que vienen aquellos que quieren escapar de las miradas, nerviosos, apretando en el bolsillo el dinero conseguido. Ese tren que sirve de guía para llegar andando al poblado por sus vías. Ese tren que hace de aduana y sólo deja pasar a los ágiles, llevándose consigo la licencia de vida de los que ya no escuchan, ni ven, ni sienten. Ese tren que se llevó por delante a su hijo Juan. Ese tren que ha hecho que sólo se hable del poblado como un problema, como algo desagradable, como una interferencia, y ha traído a la policía con órdenes de desalojo. Y sus labios pronuncian: ¡Puto tren! ¡Puto tren!

Ya puede hablar, y moverse. Rompe a llorar y grita: ¡Puto tren! Y sale corriendo hacia las vías, con dos ríos que nacen de sus ojos y toda su furia, que crece según escucha llegar a un nuevo tren, como si el ruido hubiese hecho saltar su alarma.

Llora de pie en las vías, respirando con fuerza, enfadándose con el ruido del tren que se acerca. Y anda hacia él, llora hacia él. Ella nunca le quiso, quería evadirse de la realidad y el puto tren tuvo que joderlo todo. El ruido crece, pero esta vez no siente miedo. Sólo llora y anda, grita y anda, desafiante hacia el tren. El tren silba y ella aprieta los dientes, le mira con odio, con rabia, esperando hacerle tanto daño como él le ha hecho a ella. Pero el tren frena, chirría, y se para a un metro suyo. Juani grita y golpea al tren, que se deja golpear, paciente, como el que recibe su merecido castigo. Al poco, Juani se cansa, y suelta todo el aire de sus pulmones, suspira desesperada, pensando que no vale ni para suicidarse.

Como si fuese un amante comprensivo, el tren suelta su aire, suspira, calla su motor y espera en silencio. El tren no suena, y ahora Juani escucha el ruido del poblado, la banda sonora de su vida llena de gritos, de golpes.

En el poblado aprendió que cuando el tren no suena, cuando el ruido no aprieta, es el momento de olvidar y seguir adelante. Las puertas se abren. Decidida, Juani sube, se sienta. Los pasajeros evitan su mirada, el tren arranca, las puertas se cierran.

Ahora el poblado calla, Juani escucha. El ruido del tren por el que quiso morir le habla, ahora desde dentro, y le pide calma.

Pasan por el poblado, el tren acelera, Juani se eriza. Las calles enmudecen, la hojalata tiembla bajo el sol, los cristales tiemblan debajo del sillón.

COLAPSO

CARTA DE PRESENTACIÓN

Cómo empezar una carta de presentación hablando de lo de siempre… que si estoy interesado en la oferta, que si mi experiencia, mi conocimiento, que si estaría encantado de mostrar mi valía en una entrevista personal... si lo que busco es mostrar mi diferencia.

Podría decir que he me licencié en nosequé, hice prácticas en esta famosa empresa, que gané un premio por un proyecto empresarial, que hice un Máster especializándome en algo raro, que soy una persona proactiva..., pero he decidido escribir una historieta:

El chico que buscaba trabajo se encontró con una oferta rara, una de esas que describen la profesión que queremos ser de pequeños, el nombre era "Técnico en investigación". Y rápidamente su mente viajó a su infancia, su profesora le preguntaba:

- ¿Qué quieres ser de mayor?

- Inventor- respondió Manolito.

- ¿Inventor de qué? ¿De juguetes, de ordenadores, de aviones?

- Inventor señorita, si supiese de qué ya lo habría inventado. Cada día se me ocurren 2 ó 3 inventos, pero por la noche, se los digo a mi padre y me dice que ya están inventados, pero que están muy bien, que el primero que lo inventó tuvo una gran idea.

- Muy bien Manolito, pues a ver qué se te ocurre para que mañana no llueva y podamos salir al patio.

Al día siguiente Manolito venía muy contento, venía cargado con sus inventos. Estuvo inquieto en clase, como esperando la hora del recreo, con ganas de que la lluvia continuase, y así fue. Cuando sonó la sirena se dirigió como una flecha hacia la profesora para enseñarla sus inventos y poder salir al patio. Primero enseñó un paraguas que en su interior tenía pegado unos dibujos de un cielo azul con nubes, y colgando del esqueleto del paraguas una linterna encendida hacía las veces de sol. La profesora le dijo que no todos los niños tenían paraguas, y que, un día más, fuesen sacando los juegos de mesa; rápidamente, dijo que podían sacar las cortinas por la ventana y clavarlas con las chinchetas que traía a los árboles para jugar debajo, ante lo que la profesora contestó que estropearían las cortinas y harían daño a los árboles. ¡Espera! Tengo unos polvos en el bolsillo, mi padre me ha dicho que no los usase, que son un invento muy bueno. Manolito los sacó del bolsillo, dijo que eran unos polvos de “medaiguallalluvia”, polvos blancos como polvos de talco, abrió la mano y sopló muy fuerte expandiéndolos por la clase. La profesora no pudo más, empezó a reír ante el asombro de todos los niños que esperaban, y dijo: muy bien Manolito, lo has conseguido, si queréis salir al patio, poneros el chándal que tenéis para gimnasia y no os olvidéis de respirar fuerte para llevaros los polvos de “medaiguallalluvia”.

Manolito, ahora Manolo buscando trabajo, recordó aquella escena, su invento más laureado, aquel por el cual fue recordado y admirado por los chicos de todo el colegio, que miraban desde la ventana como aquella clase de primero gozaba bajo la lluvia, saltando por los charcos, y se dijo:

- Ya casi no me acordaba.

Y se repitió las frases que le decía su padre:

- ¡Podrás hacer lo que quieras hacer!, ¡Podrás ser lo que quieras ser!

Y envió este escrito para ser inventor

EL VIAJE EN METRO QUE ME DESCUBRIÓ MI MONTAÑA DE LOS SIETE PICOS

Hipersensible. La música de mi Ipod me traspasa, me retiene, me alegra.



Pensativo. El metro y sus ruidos me sacan de la percepción de mí mismo.

Primaveral. La imagen de unos pies desnudos me intriga y me invita a vivir y conocer.

Buscando. Me pregunto si habrá escrito algo en la planta de sus pies, un grito silencioso que a cada paso diga:

Reseco y cansado. Bostezo y recojo mis lágrimas para calmar mis labios.

Creativo. Me veo, como los Power Rangers, controlando desde la cabeza, un cuerpo que no siento. Viviendo en una serie, construyendo el guión.

Analista. Tras pasar una hora desplazando mi cuerpo por la ciudad, descubro que soy como la montaña de los siete picos, y los alti-bajos del ciclo de mi ser se me presentan: